El mundo que vivimos no tiene precisamente la característica de la quietud. El continuo dinamismo lo preside todo. El cambio permanente es el único valor que permanece inmutable. En medio de esa vorágine hay aún personas, empresas, instituciones que se pertrechan en sus prácticas habituales y se niegan a cambiar, pensando que con ello garantizan la continuidad de su éxito. ¡Enorme error! Solo los que se adaptan a la velocidad del cambio logran moverse razonablemente dentro de él. A esto no es ajeno el mundo de la organización laboral de las compañías. Y es de ello de lo que quería hablar en este artículo, de los experimentos laborales que muchas empresas realizan para mejorar su potencial y posibilitar una mejor relación de las personas que les dan vida.
Últimamente oigo con natural interés las noticias de algunas de las empresas que en su día ayudé a crear y que andan introduciendo alguno de estos experimentos en su plantilla. Por ejemplo, el teletrabajo algunos días de la semana o en jornada completa. Claro, alguien dirá, ¿experimento el teletrabajo? Pero si ese asunto es más viejo que el Canalillo. Efectivamente, yo mismo recuerdo haberlo puesto en práctica en algunas áreas hace casi veinte años. Sin embargo parece que todavía es un tema sobre el que se debate. Debate estúpido, desde luego, las cifras de productividad que se suelen hacer sobre los programas de teletrabajo que se ponen en marcha arrojan un más que importante aumento de la productividad en los trabajadores que disfrutan de este método de organización laboral. Hoy las empresas tienen más que sobradas herramientas para comprobar que sus trabajadores laborando en casa lo hacen con la dedicación y las pautas que la empresa determina. Por otro lado, si hoy tenemos un deber moral para con las generaciones venideras es, precisamente, el de trabajar contra el casi irremediable proceso de cambio climático que nuestro planeta sufre. Y qué mejor medio para ello que evitar las toneladas de combustibles fósiles que generamos día a día yendo y viniendo al centro de trabajo. Claro, hemos de ser conscientes de que no todas las actividades laborales pueden llevarse a cabo en régimen de teletrabajo, pero, desde luego, sí muchas de ellas.
«Recientemente hemos leído como algún país comenzaba a introducir la jornada laboral de cuatro días semanales. ¿Por qué no? Probablemente muchos trabajadores estarían dispuestos a que una parte de su remuneración fuera tiempo en lugar de dinero.»
Recientemente hemos leído como algún país comenzaba a introducir la jornada laboral de cuatro días semanales. ¿Por qué no? Probablemente muchos trabajadores estarían dispuestos a que una parte de su remuneración fuera tiempo en lugar de dinero. En un mundo donde la automatización aumenta, donde los trabajos mecánicos y rutinarios cada vez requieren menos esfuerzo humano, donde el reparto del trabajo muestra bastantes desequilibrios, parece que esto no es ninguna insensatez. Sean jornadas de cuatro días, sean jornadas diarias más cortas, la realidad es que las nuevas generaciones cada vez se muestran abiertas a no llenar todo su tiempo con solo trabajo. En determinados sectores de actividad nuestro país se encuentra recalcitrantemente adscrito a las jornadas interminables, a que permanezcamos los últimos en la oficina, como un marchamo de nuestro compromiso con la empresa. Hay que buscar la productividad por otros derroteros, por la eficacia de lo que se hace, por el mínimo consumo de recursos, por la maximización de la productividad, etc., pero no por el tiempo dedicado. Salir de este círculo vicioso le costará a un país acostumbrado a mezclar todos los asuntos dentro de la jornada laboral alargándola hasta el infinito. Pero hemos de hacerlo, jornadas más cortas y eficaces ayudarán a un mejor reparto del trabajo, a una mayor satisfacción de los empleados y al aumento de la productividad.
Es cierto que resulta difícil hablar de cosas como esta cuando vemos sectores donde las nuevas formas de esclavitud parecen florecer. Veo sumamente apenado a esos repartidores de comida a domicilio, subiendo pesadamente en bicicleta las cuestas de las ciudades con su enorme carga a la espalda, corriendo como locos para cubrir más servicios en menos tiempo. Y, aunque parezca absurdo, no puedo dejar de compararlos con el trabajo de los esclavos en la antigüedad. Mal salario, entorno de trabajo horrible. Vivimos en un mundo donde la diferencia entre personas, en función de sus oportunidades, se agranda.
Pero no podemos dejarnos llevar por esto. Ciertamente habrá sectores donde la experimentación en el ámbito laboral siga un camino inverso al que estoy proponiendo. Sectores donde la situación de los trabajadores sea cada vez más degradante y mal pagada. En ellos habrá que luchar por otras cosas, pero eso no implica que en otros entornos laborales, los mayoritarios en el mundo occidental, no debamos buscar nuevos modelos organizativos que satisfagan más los intereses de las personas que los ocupan.
El futuro será de las empresas que sean capaces de experimentar más con su organización laboral, las que sean capaces de lograr el compromiso de sus empleados a base de atender a cuestiones que no serán solo estrictamente monetarias. Probablemente algunas personas valoren más lo que mejora la conciliación de su vida laboral y personal que el hecho de ganar más dinero. Los empresarios deben ser conscientes de lo que desean las nuevas generaciones y deben ofrecérselo para lograr acumular el mayor talento laboral. Y los experimentos a este respecto son de una gran utilidad. No es un tema complejo, solo hay que crear comisiones que estudien los procesos, que involucren a los trabajadores en buscar las mejores fórmulas organizativas, que se adecuen, incluso, de forma flexible a lo que cada empleado pude dar a la compañía y lo que la compañía puede dar al empleado. Sé que todo esto a más de uno le sonará a música celestial, pero creo firmemente que ese es el camino a recorrer.
Parece que nuestro país se muestra más reticente que otros a mover ficha en estos asuntos. Y eso es una muy mala noticia. Nuestro diferencial de productividad con otros países de nuestro entorno debería animarnos a liderar este ámbito. Las empresas deberían mostrar más dinamismo, los poderes públicos deberían incentivarlo, las organizaciones de los trabajadores deberían introducirlo entre sus reivindicaciones. Trabajando todos al unisono (¡ay! casi se me olvida que hablo de España) podríamos lograrlo.