Arjona, memoria sentimental
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Buenas noches queridos paisanos. Como por algún sitio he de comenzar, lo haré hablándoos de los distintos estados por los que he pasado como pregonero de esta Fiestasantos. El primero de ellos fue de temblor de piernas. Para qué lo voy a negar. Este me sobrevino cuando nuestro alcalde, Juan Latorre, me llamó para ofrecerme esta tarea. Soy algo mayor y he tenido una larga y gratificante vida profesional, pero he de confesaros que no estoy muy acostumbrado a los reconocimientos públicos. Y la llamada de Juan suponía para mí un enorme placer, una tremenda responsabilidad y, como no, un inusitado honor. Honor que creo a todas luces inmerecido. ¡Cómo para que no me temblaran las piernas!
Tengo que deciros que no soy un arjonero al uso. Me marché del pueblo con seis años y los siguientes cincuenta y dos los he pasado en Madrid. Ello hace que mi sentimiento de pertenencia sea confuso entre lo andaluz, y por ende lo arjonero, y lo madrileño. Tampoco soy una persona religiosa. Por ello espero que nuestros santos patronos, Bonoso y Maximiano, me perdonen por inmiscuirme en asuntos que, a todas luces, deberían corresponder a creyentes más acreditados que yo.
A pesar de los temblores de piernas y de mi falta de carácter arjonero, aquí estoy intentando cumplir, de la mejor manera posible, con la misión que se me ha encomendado. Y, por supuesto, pretendiendo no defraudar a quienes han pensado que yo podría contaros hoy algo que pudiera resultar interesante sin aburriros demasiado. Veremos.
Pero sigamos con las fases. Después de la del temblor de piernas llegó otra de euforia, de sentirme bien por el hecho de que se hubiera pensado en mí. Aunque a esta siguió la que me ha acompañado con más persistencia: la del terror ¿Qué podría aportar alguien con muy pocas referencias arjoneras a sus paisanos? ¿De qué podría yo hablar ante vosotros? ¿Acerca de quién soy? ¿De mi experiencia profesional? ¡No, por favor! No quiero torturaros con semejante tostón. Aunque puede colarse algo a lo largo de esta disertación, ese no debía ser el motivo principal de la misma.
Finalmente, aconteció la última etapa. Aquella en la que me lie la manta a la cabeza y decidí prepararme para contaros cómo Arjona ha formado parte de lo que denomino mi “memoria sentimental”. Un apartado interno de todos nosotros que contribuye con elementos las más de las veces subjetivos, a conformar nuestra personalidad, nuestra especial manera de entender y enfrentarnos a la realidad.
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Y es que mis experiencias concretas con Arjona son escasas. Salí de aquí con seis años, en 1965. Viajábamos mi madre y yo en un camión lleno de algunos muebles viejos, los que íbamos a necesitar para reestructurar nuestra vida en Madrid. Allí nos esperaba mi padre que había marchado unos días antes a fin de localizar un lugar para poder ubicarnos. Una de mis hermanas nos había precedido y la otra nos seguiría unos meses después. Estábamos llamados a ser una familia más de ese aluvión de la emigración que despobló nuestro pueblo de arjoneros para llevarlos a otras tierras, Madrid, Cataluña o quién sabe qué lugar, donde encontrar el sustento que aquí comenzaba a faltar.
Además, en esos seis años de arjonero residente, tampoco lo fui tanto. Nací en el número 27 de la calle Colón, al lado de la tienda del Gatico, pero enseguida me trasladaron al cortijo El Serrato, donde mis padres eran los caseros. Poco pisé, pues, Arjona incluso en esa época. En el cortijo vivían una buena parte de los que laboraban allí los campos, algunos incluso con sus familias, como era el caso de mis padres. En mis primeros recuerdos no había niños, solo mis padres, mis dos hermanas y muchos de aquellos trabajadores del campo, sobrios, frugales, templados, y, sobre todo, muy afables con el único niño cuya vida transcurría en el cortijo.
Hombres de una pieza curtidos por un sistema laboral plagado de injusticias, duros como la tierra que debían labrar, tenaces como los troncos de nuestros olivos milenarios, pero apacibles y honestos como solo una generación que había sufrido y trabajado tanto podía serlo. Jamás podré olvidar alguno de aquellos nombres, Manuel panzamorena, el aperaor, Antonio Pérez, Salvador, Tino el tractorista y Carmen su mujer. Y tantos otros que se han perdido entre los pliegues de la memoria, pero cuyos rostros aún surgen periódicamente en el recipiente de los sueños.
En cualquier caso, como ya he dicho, a los seis años ese vínculo casi sagrado que une a las personas con el terruño donde sus ojos han visto la luz, se rompió. Y lo hizo para rehacerse en Madrid, en Palomeras Bajas, uno de esos barrios generado por tantos emigrantes andaluces, extremeños o castellano-manchegos que por aquellos años hubieron de abandonar sus lugares de origen para abrirse paso en una nueva tierra a la que costaba trabajo adecuarse. Allí cambié la luz y la belleza de estas lomas por otro lugar que, a mí al menos, me parecía bastante más sombrío e inhóspito.
Pero nos adaptamos. Así somos los humanos. Y lo hicimos de tal modo que Madrid se constituyó en nuestro nuevo hogar, nuestra nueva patria. Max Aub decía que “se es de donde se hace el Bachillerato”, y yo lo hice en Madrid. Tengo, pues, para aquella ciudad una ligazón, una gratitud que en nada desmerece a la que puedo sentir por Arjona, mi pueblo. He vivido cincuenta y dos años en Madrid, allí hice todos mis estudios, allí he desarrollado una larga y fecunda vida profesional. Allí he arrancado mis varios emprendimientos empresariales. Allí me casé, allí nació mi hijo. Y allí vive todavía una buena parte de mi familia.
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Pero ¡ya está bien de hablar de Madrid!, que hoy no estamos aquí para eso. Estamos para dilucidar por qué Arjona tiene para mí un significado tan potente si la trayectoria de mi vida apenas ha recalado por estos lares. Y lo primero que tengo que decir a este respecto es que, si no he tenido mucha relación con el pueblo, sí la he tenido con los arjoneros. Lógicamente mi familia era, lo es la que me queda, mucho más arjonera que yo. Mis padres, mis dos hermanas mayores, Ana y Rafaela, mis cuñados, mis tíos, muchos de mis primos… Todos arjoneros.
Y, antes de seguir, quiero dejar aquí mi mejor recuerdo para dos rotundos arjoneros, mis padres ya fallecidos, Martín Quirós y Magdalena Casado. Si hay algo bueno en mí viene de ellos. Lo malo creo haberlo conseguido por mí mismo. De mi padre he de decir que era de las pocas personas con las que me he cruzado en este mundo y del que nunca he oído hablar mal a nadie. Martín era, siguiendo los versos de Machado, un hombre en el buen sentido de la palabra, bueno. Si al final de mi vida hubiera logrado simplemente parecerme un poco a él, podría dar por buena mi existencia.
Y ya que estamos en el apartado de las semblanzas arjoneras, tampoco puedo dejar de acordarme ahora de mi hermana Ana, la mayor y casi otra madre para mí. Hoy no puede estar aquí porque un desgraciado accidente la dejó postrada y aunque no perdió ni un ápice de su alegría y de su fortaleza mental, su cuerpo ya no puede seguir el ritmo de sus deseos que hoy, sin duda, la hubieran traído a nuestro pueblo. Para mi fortuna sí está hoy aquí mi segunda hermana, Rafaela, la que más ha heredado de entre nosotros esa bondad natural que mi padre poseía.
Pero, clasifiquemos ahora un poco los eventos para poder avanzar. ¿No es eso lo que hacemos los humanos? ¿Meter las cosas en cajas a fin de ubicarlas mejor? Pues vamos a ello.
En este orden de cosas me gustaría dividir mi relación con Arjona en dos partes bien diferenciadas. Una menor, la que guardaremos en una caja etiquetada como “Memoria real”. Y digo menor por lo escaso.
Se nutre esta parte de varias fuentes. La primera, esos ya descritos seis años de mi infancia, más transcurridos en el cortijo El Serrato que en Arjona.
Luego, hasta los trece años, las visitas en Fiestasantos acompañando a mi hermana Ana y su familia. De ahí creo que vienen la mayor parte de mis recuerdos. Cuando mi cuñado tomaba sus vacaciones, agarrábamos el camino y atravesábamos los campos de la Mancha para recalar en Arjona durante aquellos cálidos agostos. Nos quedábamos pocos días, una quincena a lo sumo. Yo paraba en casa de mi tía Brígida, donde también vivía mi abuela, mama lela, para la que quiero dejar aquí un recuerdo especial plagado de cariño.
Mi primo Luis, con años similares a los míos, era mi acompañante en esos días. Juntos hacíamos la vida arjonera de las fiestas. Recorríamos el Paseo como dictaban las normas. Acudíamos al traslado de las reliquias, Nos echaban las banderas. Asistíamos a las procesiones. Disfrutábamos de la quema de Daciano, que nos encantaba. Nos asustábamos con el Toro de Fuego. Aprovechábamos las calurosas noches para ir al cine Cervantes. Algunas tardes íbamos a ver algún partido de fútbol. Y, finalmente, nuestro periplo terminaba entre las tracas y los fuegos artificiales que constituían el epílogo de las fiestas. Esa parte de mi relación real con Arjona es la que me hace estar algo documentado respecto a Fiestasantos, evento del que creo que pasaré a su historia como uno de sus más mediocres pregoneros.
Pasado este periodo, ya en mi juventud, vinieron algunas visitas que respondían al tirón que nuestros orígenes nos hacen sentir en esa época de la vida. Eran los finales setenta y los primeros ochenta. Estábamos viviendo la ilusión de aquella época, la llamada Transición, que para algunos de nosotros fue tan relevante. Me gustaba venir y hablar con mis primos, con mis paisanos. Oír historias de la gente, de los lugares. Luego, solo unos pocos años más tarde, mi hermana Rafaela y su familia volvieron a establecerse en Arjona y, desde entonces, las visitas, aunque cortas, se hicieron más frecuentes. Por último, en época reciente, las redes sociales me han hecho estar en contacto con un nutrido grupo de arjoneros a muchos de los cuales no conozco más que virtualmente, pero con los que mantengo una estupenda relación digital.
Y eso es todo en lo que a la caja de la “Memoria real” se refiere.
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Pero vayamos ahora con la segunda caja, la que responde a la etiqueta de “Memoria sentimental”. Es en esa otra parte donde quiero centrarme hoy. Ya he reconocido que mi vínculo real con Arjona no es demasiado extenso. Es por ello que, a colación de preparar este pregón, he intentado preguntarme a mí mismo, qué me liga con tanta fuerza al lugar que me vio nacer. Y la respuesta que he hallado tiene que ver con la posición que esta ciudad ocupa en la construcción subjetiva de mi personalidad, con el armazón imaginario, sentimental de mi memoria. La personalidad se forma con cosas vividas, pero también con cosas que de un modo u otro han impactado en nuestra imaginación. Es lo que he denominado en el título de este pregón, la memoria sentimental, a veces alineada y a veces no tanto con la memoria real.
Y reconozco que Arjona ocupa un lugar mucho más eminente en este apartado liderado por la imaginación y los recuerdos. Es en esta caja donde encuentro la pasión de sentirme arjonero. Pero ¿qué le da forma? ¿cómo ha llegado a construirse ese sentimiento sin una base real no demasiado sólida?
Trataré de explicarlo. Yo soy una persona orientada a la acción, pero con un fuerte asidero en las palabras, en el pensamiento, en la imaginación, en los libros, en los recuerdos, en los afectos, en las imágenes. La vida vivida y la pensada forman un todo inseparable y, a veces, indistinguible.
Urgavo, Alba, Arjona. Tantos y tan bellos nombres para describir este nuestro lugar en el mundo. Nombres para anclar en la memoria el sitio donde nací. Para etiquetar la caja donde guardo todos los elementos que contribuyen a crear esa memoria sentimental de la que pretendo hablar. Veamos los pilares que le dan soporte.
En primer lugar, están los recuerdos. Como he dicho, toda mi familia es arjonera. Emigrantes en una ciudad que no era la suya, recordaban y añoraban todo lo arjonero. Conversaban continuamente sobre Arjona, sobre su gente, sus lugares, los hechos, las costumbres. Vivían en arjonero, cocinaban en arjonero, lloraban y reían en arjonero. Todo se ponía en contraste con lo que vivíamos en Madrid.
Y, ciertamente, Madrid nos trató muy bien por lo que en el orden práctico de las cosas Arjona perdía en la comparativa. Al fin y al cabo, habíamos tenido que salir de ella porque no podía garantizarnos el futuro. Y, sin embargo, la presencia arjonera tenía en las conversaciones una fuerza inusitada. Al fin y al cabo, éramos exiliados del lugar que nos ataba a la tierra. Arjona ocupaba en la mitología personal de mis padres un lugar de preeminencia. Y, a pesar de ello, ellos siempre valoraron su tramo de vida en Madrid como el mejor de su existencia.
Es en todas esas conversaciones oídas en mi infancia donde comienza a construirse mi relación sentimental con Arjona. En ellas aprendí casi todo lo que sé del pueblo y de sus gentes, de mi familia, los Quirós y los Casado. Con el tiempo intentaría realizar un proceso de ensamblaje entre esos recuerdos y las imágenes reales que iba capturando en mis viajes a la zona. En ocasiones ese ensamblaje se construía realmente, pero en otros momentos era la mente quien se encargaba de rellenar los huecos.
El segundo puntal de esa construcción sentimental de Arjona, tiene que ver con las palabras del habla arjonera. Esas surgen cada día en el recuerdo de las conversaciones de los mayores. A veces eclosionan en la cabeza sin saber por qué.
Por ejemplo, los sitios que apenas constan en la memoria pero que se tornan reales en el lenguaje. El camino Din, la Vaporosa, la esquina de Cotanillo, el Arrabal, el Tres de Oros, el pozo Albaida, los cortijos Mohapelo, Pachena, El Obispo, El Serrato… También las situaciones, descritas con gracejo. Ir hecho un seomo, pegarse un sepaso, llevarse un torosón o, por lo menos, inritarse, quizá estar empicao con algo o alguien, ir en ca el abuelo que vive alapartarriba y que está caucando, esturrear un puñao o estar hecho mistos tras un trabajo duro… Y, cómo no, las acciones. Fregar el vedriao, hacerse una chifarrá en la rodilla, tupir a uno con el que discutimos, espichacar el sueldo, ligar con una cerveza y una tapa…
Para los que disfrutamos con el lenguaje, el repositorio de nuestra memoria donde se depositan las palabras es tan importante como para otros lo es el de los olores o sabores de la infancia. En mi caso es claramente más relevante ya que carezco de la potencia necesaria en el gusto y el olfato. Parte de mi personalidad tiene su base en la memoria sentimental de palabras y frases como estas.
Vayamos con la tercera parte, la histórica. Real o imaginaria, ¡qué más da! Lo importante es que, de un modo u otro, haya contribuido a impactar en nuestra mente, a ocupar una parte relevante de lo que somos.
En el siglo XVII, un clérigo jienense de nombre Martín de Ximena Jurado confeccionó su Historia o anales del municipio albense urgabonense o villa de Arjona. El libro cayó en mis manos hace ya unos cuantos años, cuando la Caja de Jaén y el Ayuntamiento de Arjona, entonces presidido por Javier Sánchez Camacho, prepararon una excelente edición del mismo.
No me resisto a citar aquí la descripción que en dicha obra se hace de nuestra querida ciudad.
“…lugar, noble e ilustre por su mucha antigüedad, grandeza de población, defensa de sus muros, fertilidad de campos, ayres puros y sanos, generosidad de ánimo de sus naturales, municipio antiguo y estimado de rromanos, escogido para corte por los moros, cabeza de Reyno en un tiempo, origen y principio de la Casa y Reyno de los Reyes árabes de Granada.”
Además de la descripción reseñada de Arjona, y de otras muchas cosas, en la obra reseñada encontré una noticia que me impactó de manera notoria. En su capítulo 48 se habla de la “conquista de Arjona y otros lugares de aquel Reino por el Santo Rey don Fernando y la gente que se halló con él en ella”.
La cuestión es que entre los documentos catalogados por nuestro insigne cronista aparece uno denominado Los nombres de los ganadores de Arjona a quien se les repartieron las casas y heredamientos desta villa. Y en dicho documento me encontré con que Fernando III el Santo dio poder a tres caballeros para repartir las mencionadas casas y heredamientos entre los 276 fronteros que se quedaron en Arjona para defenderla. Uno de esos tres caballeros era Lope Quirós. Y, además, uno de los 276 fronteros que se quedaron en Arjona era el soldado Nuño Quirós, que aparece bajo el epígrafe 236 de la relación citada.
Años más tarde, un posterior cronista de esta villa, don Santiago de Morales Talero reproduciría el mismo documento en su Anales de la ciudad de Arjona. Y le añadiría al bueno de mi posible antepasado Nuño, la virtud de ser asturiano. Intuyo que nuestro prócer arjonero no tenía más evidencias del carácter cantábrico de aquel frontero que la de poseer un apellido claramente acreditado entre las montañosas cumbres del concello de Quirós, en el Principado de Asturias. La cuestión es que con ello se añadía otra patria más a mi irreductible catálogo, andaluz, madrileño y, por virtud de don Santiago, ahora descendiente de asturianos.
Desde entonces he querido creer que en alguno de aquellos dos aguerridos soldados de nuestro señor Fernando III el Santo, el caballero Lope o el soldado Nuño, debía estar el origen de mi apellido en Arjona. Un remoto tatarabuelo con el que más allá de mi imaginación no me une ningún otro vínculo documentado. He aquí un ingrediente más, el histórico, para dar forma a la parte de mí que es memoria sentimental.
Pero no acaba aquí la parte de la historia que impacta en mi imaginación. Nuestro pueblo no es un lugar cualquiera. En él vio la luz aquel al que derrotó el rey Fernando, pero que, a su vez, fundó la dinastía nazarí de Granada, Mohamed ben Alhamar. Nuestro Alhamar arjonero. El mejor atributo que podemos asignarle a nuestro pueblo es que esa bella y monumental Alhambra de Granada hunda sus raíces en alguien que vio la luz entre estos olivares.
Y tampoco termina con Alhamar el álbum arjonero de personajes célebres. Tenemos a Helvia, la madre de nuestro gran filósofo estoico Lucio Anneo Séneca. Y paro aquí, aunque debería mencionar a algún que otro hijo natural o adoptivo de Arjona de entre los que han dado y dan prestancia a nuestro pueblo. Con los citados me basta para que tan nutrida nómina pueble mi imaginario de historias, de aventuras y de situaciones que ayuden a dar vida narrativa en mi cabeza a la historia de mi pueblo.
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Como último bloque de este pregón, me gustaría pasar de lo poético a lo político. Pero no os asustéis, paisanos, que no se trata de hablar de política sectaria al estilo de cómo es bastante común practicarla hoy y que no debe tener cabida en un acto como este. Se trata de que no quería dejar de hacer hincapié en algunos asuntos que me parecen de suma relevancia.
El primero tiene que ver con la evolución de nuestro pueblo en los últimos años. He de decir con jactancia que he encontrado en este tiempo muchos motivos para sentirme orgulloso de nuestro progreso reciente. La impresión que nos da Arjona, al menos a los arjoneros ausentes, es la de un cambio a mejor en multitud de aspectos. Por supuesto, en el arquitectónico. El buen estado de los edificios públicos y los privados es notorio y ello genera una impronta positiva en quienes los recordamos más avejentados y en peor situación de mantenimiento.
Ese cambio se nota también en el dinamismo social. Arjona ha sabido desarrollar una narración histórico-cultural que la ha dotado de un interesante atractivo turístico. Recuerdo mis visitas de finales de los setenta y principios de los ochenta cuando apenas si podías encontrar un lugar para comprar la prensa. En aquel momento, y es probable que quienes vivíais aquí me digáis que esa podía ser una visión sesgada o incompleta, a mí me parecía un lugar demasiado adormilado en lo que a lo cultural se refería. Nada comparable a lo que es hoy.
No deja de ser también relevante el desarrollo del orgullo de ser arjonero que se manifiesta en los múltiples grupos que en las redes sociales vuelcan cada día su actividad participativa. Y, todo ello, sin desmerecer la acción política que, sin duda, ha sido clave, para que muchos de estos logros hayan podido realizarse. Vivo en un pueblo andaluz, en la provincia de Málaga, de parecido tamaño a este y con administración del mismo color político, y ya me gustaría ver en él unos resultados de parecidas características a los que aquí observo.
Pero como toda luz debe tener sus sombras, existe una cuestión en la que tenemos aún algo de camino por recorrer. Me refiero al aspecto del entramado económico, aquello que hace a una sociedad próspera y segura para quienes la habitan.
Sé que Arjona no está mal posicionada a este respecto. Y eso también es un orgullo para mí. Su nivel de desempleo, a junio de 2021, es de un 12,27%. O sea, un 7% por debajo de la media de Jaén, un 10% por debajo de la media andaluza e, incluso, un 3% por debajo de la media nacional. Es para felicitarnos, pero no basta, nos falta mucho camino por recorrer.
Me gustaría que estas consideraciones que haré aquí se vean como una invitación a los jóvenes para que hagan posible el cambio que a este nivel necesitamos. Tenéis que ser emprendedores. En Arjona sobra talento. Las chicas y chicos que aquí realizan estudios superiores o destacan en algún tipo de habilidades son legión. No dilapidéis esas capacidades. Aunque el impulso público sea deseable, no os quedéis a la espera de que este se desarrolle. El futuro está en vuestras manos. Sed los capitanes de vuestro destino, no deleguéis esa función en nadie. Delante de vosotros tenéis todo un conjunto de oportunidades que no debéis desaprovechar.
España es una potencia agrícola y aquí tenemos los mejores olivares del mundo. Los que estéis en ese ámbito trabajad para lograr innovar en el sector, para tener más eficacia productiva, para ser más competitivos en el mercado mundial. Llevad las innovaciones tecnológicas al agro, nadie estará en mejores condiciones que vosotros para hacerlo.
Pero el sector agrícola no debe ser el único. Elegid vuestro camino y no temáis fracasar. El fracaso es solo parte de la ruta de aprendizaje para el éxito. Yo, con treinta años y un hijo recién nacido, abandoné una buena posición como empleado público para emprender mi primer proyecto empresarial. Mi mujer podría haber estado a punto de matarme, pero no solo no lo hizo, sino que me animó a seguir mi camino. Fueron años muy duros, mucho trabajo y pocos resultados económicos. Pero todo llegó. A un proyecto le siguieron otros, siempre con una mezcla razonable de fracasos y éxitos.
Pero el balance ha sido positivo para mi vida y para la sociedad en la que me ha tocado vivir. Nada hay más agradable para mí que saberme partícipe del desarrollo profesional de muchos jóvenes que han trabajado en proyectos que emprendí en un momento u otro de mi vida. Y esa gratificación se extiende al saber que algunos de ellos aún mantienen su vida profesional en empresas que yo contribuí a crear hace más de treinta años.
Estudiad y trabajad duro, emprended proyectos innovadores. Arriesgaos. El mundo es de quien asume riesgos. Como generación tenéis el deber de cambiar esa imagen de los andaluces como gente proclive solo a vivir bien sin trabajar mucho. Y aunque todos sabemos de la falsedad de esa aseveración, tenemos el deber de borrarla para siempre del imaginario colectivo.
Hagamos, para terminar, un poco de historia ficción. Imaginemos a un hipotético pregonero de Fiestasantos dentro de veinticinco años. Ojalá pueda añadir a los logros arjoneros que yo ya he reseñado el del importante crecimiento económico del lugar, el de las empresas creadas en la zona y las oportunidades laborales para todos que ello haya supuesto. Los jóvenes no debéis dejaros llevar por el desaliento y el victimismo. Tenéis el deber, pero también la oportunidad, de crear ese futuro. No os quedéis a la espera. No os rindáis.
Termino ya enviando un gran abrazo a todos mis paisanos arjoneros presentes y ausentes. Os exhorto a que disfrutéis de esta Fiestasantos entre el miedo al COVID y la esperanza de un futuro cercano libre del virus. En especial quiero transmitir mi apoyo a todos los que han sufrido a consecuencia de esta dura enfermedad. También enviar mis condolencias a las familias de quienes incluso nos han dejado por su causa. Cuidaros mucho, no os relajéis que el enemigo es fuerte.
Hoy me siento más arjonero que nunca, he llenado mi caja etiquetada de “Memoria real” con la impagable experiencia de una noche tan maravillosa como esta. Espero de la “generosidad de ánimo” de los naturales de Arjona, tal como nos denotaba Martín de Ximena, que no juzguéis con demasiada dureza a este ilusionado pregonero. Muchas gracias a todos y disfrutad de esta algo atípica Fiestasantos.