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Reivindicando a Chaves Nogales

Chaves Nogales (Sevilla, 1897 – Londres, 1944) fue uno de esos grandes periodistas capaces de narrar hechos fuera de los tópicos al uso. Su visión de nuestra última guerra civil es hoy más útil que nunca. En él veo reflejado uno de los argumentos que empleo de forma insistente al tratar sobre el tema; se trata de ampliar el abordaje historiográfico en detrimento del político. Este último siempre está transido de elementos partidistas, por no decir sectarios, que enturbian el correcto análisis de las cosas, además de contribuir a mantener en nuestra sociedad el germen del enfrentamiento continuo entre esas. ya míticas, dos Españas. En los últimos años hemos ido, si no descubriendo, sí ampliando la figura de este gran periodista de aquella época que con su visión, peculiar para el momento, creo que contribuye a enderezar parte de la ceguera histórica con la que en muchas ocasiones nos enfrentamos al estudio de aquella lucha fratricida.

 

Manuel Chaves Nogales

 

No voy a incidir en demasía sobre sus datos biográficos, ya que cualquiera los puede encontrar fácilmente en muchos lugares de internet. Solo querría remarcar, los adjetivos con los que él mismo se define, «intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria», o quizá, de forma más amplia con el siguiente párrafo de uno de sus artículos:

«Ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo. Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero en fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria.»

Chaves Nogales, junto con otros pocos intelectuales de su época, se constituye en uno de los pocos republicanos auténticos en aquella república tan carente de ellos. Estamos ante un representante arquetípico de esa renombrada tercera España que sufrió la represión por parte de los dos bandos enfrentados en aquella hecatombe. Leer a Chaves Nogales nos aporta una visión excepcional de los hechos de la época. Por supuesto que él parte de la defensa absoluta de la legalidad republicana, por lo que su crítica a los golpistas no presenta ninguna fisura. Pero es a partir de ahí que su mensaje comienza a reflejar la realidad que los hechos iban representando y no la idealización de la misma que ambos bandos relataban. Critica las matanzas de la aviación franquista en aquel pobre Madrid cercado, pero con igual fuerza lo hace con el terror rojo que imperaba en las calles. De hecho, tiene que salir de Madrid a los pocos meses de iniciarse el conflicto cuando es consciente de que el consejo obrero que dirige el periódico en el que escribe le ha retirado ya absolutamente su confianza y su vida comienza a peligrar.

Estamos ante un azañista convencido, un defensor de la legalidad de la República. Esa que tanto se confunde hoy desde ciertas posiciones, haciéndola equivaler a la estructura que las organizaciones de izquierda pusieron en marcha para enfrentarse al golpe de estado. Lo que él percibe de manera clara y distinta es que hay dos monstruos enfrentándose, el fascista y el comunista (tanto en su rama soviética como en la anarquista). Hoy seguimos participando de esa enorme confusión que nos hace ver una limpia relación entre la legalidad republicana previa al golpe y la que se continua después. Y lo que personajes como Chaves ponen sobre nuestra mesa, cuando tienen que huir de nuestro país perseguidos por el terror incontrolado de la izquierda, es que esa situación no es tan clara, que a la República le costó mucho tiempo controlar la revolución que se produce tras el golpe en los lugares donde este no triunfa. Y que, quizá, nunca llegó a hacerlo del todo ya que la fuerza de las organizaciones populares, la JSU, el PCE, la FAI, la CNT, la UGT era tal que la mayor parte de quienes en ellas militaban se sentían antes miembros de su organización que ciudadanos de la República.

Chaves Nogales comparte con Clara Campoamor esa desazonante denotación que en ocasiones, los convierte en abanderados de una causa inexistente. Me hace gracia ver las continuas reivindicaciones que desde ciertos sectores izquierdistas se hace de Clara Campoamor, como una adalid del feminismo con tintes de cierto progresismo socialista. Nada hay más lejos de la realidad. Clara Campoamor defiende como pocas el sufragio femenino cuando una buena parte del partido socialista, con Prieto a la cabeza o, incluso otras mujeres, como Victoria Kent o Margarita Nelken, se negaban, por puro oportunismo electoral, a que la República aprobara el sufragio universal femenino, ya que se temía (como realmente sucedió) una cierta tendencia conservadora en el voto de la mujer una vez que pudiera ejercerse libremente. El afianzamiento absoluto en principios democráticos y liberales es algo que comparten Campoamor y Chaves Nogales. Pero igualmente comparten ese sesgo que algunos pretenden darles de cercanía a la izquierda revolucionaria de la que estaban totalmente alejados. Falsear la historia es parte de ese proceso, tan de moda desde hace años, consistente en crear narraciones interesadas que ayuden a potenciar determinada causa.

Sin embargo, hay una cierta diferencia entre ambos. Clara Campoamor solo critica en sus escritos el terror que se ejerce en el llamado Madrid rojo, la violencia revolucionaria ejercida por esas masas analfabetas y violentas que imponen el pánico en la ciudad. Chaves es más equidistante. Critica por igual a unos y otros. En sus narraciones se vierten las más ásperas diatribas contra los señoritos andaluces que asolaban los pueblos de la campiña sevillana (Por ejemplo en su narración La gesta de los caballistas). Pero, igualmente lo hace contra los organismos obreros que trascendiendo la legalidad republicana matan cada noche de forma inmisericorde, desordenada y sin garantía alguna (Por ejemplo en Y a lo lejos, una lucecita). La siguiente frase de su prólogo a A sangre y fuego define con precisión su punto de vista.

«Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario»

Pero no están solos. Algunos memorialistas sobre la guerra civil, a pesar de su antigua militancia en uno u otro bando, comparten puntos de vista parecidos. Así, el 11 de abril de 1959, desde México, Manuel Tagüeña, teniente coronel del ejército republicano y destacado militante comunista, le escribe a su amigo Claudio Esteva Fabregat, una carta de tintes amargos donde viene a quejarse de la incomprensión que encuentra entre el resto de los exiliados sobre sus puntos de vista.

«…me he convencido que la Segunda República termina el 18 de Julio de 1936. Desde ese día comienza en nuestro campo una situación incierta, se desconoce el gobierno al que se niega toda autoridad, pero sus supuestos defensores lo conservan como pantalla, porque la bandera de la legalidad tenía muchas ventajas internacionales […] Pero a nuestro lado no vi prácticamente a nadie que le diera a la lucha por la legalidad republicana una importancia mayor que la de un arma de propaganda. […] Sabía muy bien a quien debía disciplina en primer término, hubo momentos en que la situación política en nuestra retaguardia, parecía que iba a exigir la intervención de nuestras unidades de choque. Hubiera bastado la orden del partido (que no la dio porque los rusos no se lo mandaron) y hubiéramos marchado sin vacilar. ¿Cómo voy a pretender haber sido un combatiente republicano? Era simplemente un comunista.»

 

Hoy podemos acceder a dos magníficas ediciones recopilatorias de los artículos de Chaves Nogales sobre la guerra civil  que nos dan mucha luz sobre el momento. Ambas están basadas en hechos realmente acaecidos, pero mientras que una recoge artículos periodísticos, la otra gasta su tinta en narraciones noveladas. Se tratan de:

A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, Libros del Asteroride, Barcelona, 2017

Los secretos de la defensa de Madrid, Espuela de Plata, Sevilla, 2017

 

En el primero de ellos es donde mejor podemos ver la figura del periodista que trata de reflejar, aunque sea desde la perspectiva de la ficción, los hechos que acaecen. Y con una fuerza narrativa inusitada nos muestra a esa pobre gente que sufre los avatares de aquella terrible guerra. Nos muestra lo mejor y lo peor del alma humana. Las imágenes del Madrid bombardeado y del efecto de esta masacre permanente sobre la población son de las más intensas a las que me he enfrentado entre las de los muchos narradores de la época que han caído en mis manos.

El segundo nos ayuda a posicionar adecuadamente a Chaves Nogales en el espectro ideológico de su época. Podemos decir que estamos ante un relato casi hagiográfico de la figura del general Miaja. Se nota en esta narración cómo la gesta de la defensa de Madrid admira al periodista. Ese pueblo en armas que, bajo el liderazgo de Miaja y Rojo es capaz de frenar al aguerrido ejército de África. El conjunto de artículos que componen esta obra, escritos con posterioridad a los hechos, una vez que el periodista vive ya en Londres, nos presenta con claridad a un Chaves profundamente antifranquista y admirador notorio de los militares profesionales que, como Miaja o Rojo, permanecieron fieles a la legalidad republicana. Es, quizá, un conjunto de narraciones donde la admiración por la gesta de la defensa de Madrid hace que pierda intensidad la crítica a la violencia revolucionaria. De hecho, el autor, quizá no conociendo sobre el terreno la realidad, se muestra optimista cuando presenta a Miaja consiguiendo terminar con las checas y los paseos. Demasiado éxito, quizá, para ser asignado al viejo general. No en vano, el periodista concluye sobre él:

«Miaja es, ante todo y sobre todo, lo que se llama un buen hombre»

En resumen, estamos ante alguien cuya lectura debería ser obligatoria para entender lo que nos sucedió como sociedad, para salir de actitudes sectarias que aún hoy, a más de ochenta años de los hechos, siguen enturbiando nuestra convivencia.

 

 

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