El PSOE, desde luego, debe replantearse con firmeza un cambio importante en sus estrategias si quieren seguir siendo un partido de gobierno en España. La actual organización, liderada por Pedro Sánchez, se encuentra cada vez más lejos de aquel PSOE que fue una de las piezas maestras de la Transición y que gobernó este país durante catorce años con Felipe González y ocho con Rodríguez Zapatero. El enorme fiasco electoral de Madrid representa la cúspide de una situación que viene fraguándose desde hace algunos años y sobre la que intentaré dar aquí mi punto de vista. Punto de vista de alguien que es tradicional votante del partido, aunque no militante, y que ve como cada vez le cuesta más introducir en la urna la papeleta del voto dirigida a esta organización.
Creo que hay una palabra que podría definir el rumbo que el partido lleva tomando desde hace tiempo. Me refiero al término sectarismo. Con el tránsito a convertirse en una organización sectaria definimos el proceso por el cual se pasa de ser un partido con una fuerte implantación social a convertirse en un reducto minoritario cuyos principios solo convencen a un reducido número de integrantes de la secta. Por ejemplo, el PCE durante el periodo republicano era un partido claramente sectario y pasó a convertirse en una organización de masas cuando, a partir de la guerra civil, se abrió a una ingente cantidad de nuevos militantes y a liderar de facto los esfuerzos de la República por ganar la guerra.
Es importante que le echemos un ojo conceptual también al binomio militante-votante para poder seguir avanzando en mis ideas acerca de la situación por la que pasa el partido. Estamos hablando de una organización que tiene menos de doscientos mil afiliados (de los que muchos menos deberían ser considerados militantes sensu estricto) pero que ha llegado a obtener el voto de once millones de españoles con Rodríguez Zapatero como candidato. Este tema ya lo desarrollé algo más en su día en otro artículo que puede consultarse en mi blog.
Esto debe poner sobre la mesa una cuestión relevante, se trata de a quién debe satisfacer un partido para ser una buena alternativa de gobierno. Obviamente, a su votante típico y no a sus escasos militantes. La militancia es la que suele aportar el carácter sectario a las organizaciones políticas. El militante es la persona más convencida del ideario de máximos del partido, el que más suele odiar lo que constituye una alternativa diferente de gobierno. En general es el que aporta el carácter más radical. Sin embargo, una organización política debe atraer votos y para hacerlo debe ser consciente, más allá de sus fundamentos ideológicos, de lo que demanda la sociedad en cada momento.
Obviamente, una organización política socialdemócrata como el PSOE debe ser fiel a ciertos principios que dan sentido a su existencia. No tendría lógica que se renunciara a fomentar la justicia social, que se olvidara de su carácter progresista en cuanto a los derechos y libertadas o a cualquier otra cuestión que dé forma a su ideario. Sin embargo, sí debe estar atento a cómo poder ejercer el poder para lograr avanzar en cada uno de estos aspectos sin hacer que se conviertan en elementos que alimenten a sus opuestos políticos. Me refiero a que el pragmatismo a la hora de ejercer el poder es esencial para poder llevar a cabo las reformas que se deban plantear desde cualquier ideología política.
Hay que estar siempre ojo avizor con temas que se pueden volver en contra. Hay muchos asuntos, pero mencionaré un simple ejemplo. El PSOE está abogando porque el impuesto de sucesiones continúe en funcionamiento y lo haga gravando determinadas herencias de una forma que hoy es absolutamente odiada por la mayor parte de la sociedad. Mantener ese punto de vista, además de no tener apenas resultados prácticos, solo le hace alejarse de quienes pueden llevarle a ejercer el poder para lograr sus auténticos objetivos. Habría bastantes más asuntos, como el abordaje del corpus jurídico, la no resolución de problemas que auténticamente preocupan a la ciudadanía como es el tema de la ocupación de viviendas y bastantes más. Estos pretenden ser solo un pequeño ejemplo.
Ese abordaje de la dialéctica entre lo que hay que hacer para llegar a gobernar y lo que la militancia quiere que se haga fue magistralmente resuelta por Felipe González con temas como, por ejemplo, el abandono del marxismo o a la entrada de España en la OTAN. Se le puede acusar de hacerlo con prácticas maquiavélicas, pero desde luego no se se pueden negar sus resultados positivos para la sociedad en general.
Creo que existe un elemento troncal en esta situación y es el análisis equívoco que se está haciendo respecto a lo que la sociedad española necesita y lo que los socialistas pueden ofrecerle. Pedro Sánchez ha dicho en varias ocasiones que lo que podemos llamar (con un nombre erróneo desde mi punto de vista) la izquierdización del partido obedece al deseo de que no le suceda al PSOE lo que en su día aconteció a partidos como el PSF o el PASOK. Estas organizaciones iniciaron una vía no demasiado beligerante con las medidas anticrisis que, tras 2008, se pusieron en marcha en la Unión Europea y que abogaban por la austeridad. Y ello les llevó a la insignificancia. Digamos que el miedo a una identificación del PSOE con postulados típicamente de derechas les condujo en cierta medida a un acercamiento a las tesis defendidas por la izquierda más radical.
Sin embargo, la realidad es tozuda, se termina imponiendo. Y la realidad es que una parte del análisis decimonónico de la izquierda hoy está bastante caduco. Se requiere una reflexión nueva. Y no quiero decir con esto que se abandonen las ideas socialdemócratas de justicia social, mejor distribución de la riqueza, énfasis en la fiscalidad e incremento de los derechos y libertades. Nada más lejos de mis pretensiones. Lo que quiero decir es que hoy el tejido social es muy diferente al que era hace, por ejemplo, cincuenta años y radicalmente diferente del de cien años atrás. Por ello seguir dirigiendo el mensaje centrado solo en los intereses de los asalariados industriales o afines es un error garrafal.
Nuestra sociedad tiene millones de pequeños autónomos, profesionales de clase media especialistas en finanzas, tecnología, leyes, ciencia… Y la mayoría de esas personas se sienten fuera del ámbito por el que el partido lucha. Y por ello caen en manos de las organizaciones de la derecha con las que terminan sintiendo una mayor identificación. No creo, pues, que sea rentable electoralmente seguir emitiendo un discurso al viejo estilo de proletario – capitalista. Aunque esas diferencias de clase hoy sigan existiendo, el cuerpo social es mucho más complejo y requiere que un partido como el PSOE pueda identificarse como la opción preferida por autónomos, pequeños empresarios, profesionales, intelectuales, etc. Aunque, desde luego, el gran capital nunca lo verá como su opción favorita.
Ser consciente del mundo en que vivimos, de que hoy en Asia existe un desarrollo económico de primer orden. Desarrollo que está poniendo en un entorno de competencia con Europa a muchos millones de laboriosas personas que han abandonado la pobreza para incorporarse a la clase media. Hay que analizar con precisión este fenómeno y ver como desde la socialdemocracia lo abordamos. Lo que no podemos es ignorarlo, actuar como si el mundo actual no hubiera cambiado radicalmente en los últimos cincuenta años. Y existen en el PSOE personas absolutamente capacitadas a este respecto. Un ejemplo lo tenemos en Eduardo Madina, que en su día perdió las primarias con Pedro Sánchez, pero cuyas ideas y capacitación creo que están mucho más acordes con lo que el partido necesita en este momento. Puede verse su magnífico artículo de hoy en El País para entender a lo que me refiero.
Un ejemplo de buenas prácticas lo tenemos en el Partido Demócrata de Estados Unidos. En él existen tendencias de muchos tipos, unificadas a través de la idea de progresismo y lo que en aquel país se entiende como ideas liberales. En él caben socialistas clásicos como Bernie Sanders frente a liberales progresistas como Joe Biden. Un partido que es capaz de poner en práctica sus políticas porque encuentra una mayoría social que las valora y puede votarle. Cuanto más sectario es nuestro ideario político más difícil nos será llegar a ejercer el poder porque no conseguiremos nunca el apoyo social necesario para ganar unas elecciones.
Y es que, no lo olvidemos, cualquier partido de gobierno ha de ser consciente de que cuando logra el poder debe gobernar para todos, no para sus militantes, ni siquiera para sus votantes. Debe hacerlo para toda la sociedad. Y ello implica que solo con pragmatismo, con respeto hacia las ideas de la parte de la sociedad que no te ha votado, puedes lograr esa finalidad. Pensar poner en práctica un programa de máximos es una locura en las sociedades modernas occidentales. Solo sobreviven los partidos capaces de transar con sus ideas para avanzar con reformas cercanas a su ideario sin herir demasiado las ideas de los contrarios. Cualquier otro abordaje es un suicidio político. Y, me temo, que o el PSOE entra en un relevante proceso de reflexión interna a este respecto o habrá comenzado la ruta hacia ese suicidio mencionado.
Son muchas cuestiones a las que el partido debe dar una respuesta. Pero, además, hace falta un líder que se centre en lo que hay que hacer, que sepa interpretar lo que la sociedad demanda de un gobernante en el mundo actual, que abandone viejos tópicos para enfrentarse a una sociedad tan plural como la actual. E insisto en que esto no tiene por qué implicar el sacrificio de los principios socialdemócratas. Se puede ser socialdemócrata sin olvidarse de que la inversión empresarial es la que mueve la economía de un país. Se puede ser socialdemócrata reconociendo que es imprescindible mantener la seguridad jurídica a ultranza para que los inversores y los ciudadanos puedan moverse en un entorno confiable. Se puede ser socialdemócrata y tratar de atraer con políticas pragmáticas a los sectores liberales que no están de acuerdo con las propuestas más conservadoras de la derecha. Y así hasta un largo etcétera.